La democracia argentina restaurada definitivamente en 1983 cumplirá sus primeros cuarenta años de continuidad ininterrumpida. Será, pues, el más largo período de continuidad de las instituciones republicanas sin alteraciones de toda nuestra historia.
La sociedad argentina de entonces, aunque golpeada por la violencia política de los años setenta, dos largos períodos dictatoriales (1966/73 y 1976/83) a cargo de las fuerzas armadas que incluyeron la brutal represión ilegal y la desastrosa guerra en el Atlántico Sur, se encaminaba a hacia la normalización democrática en el momento justo en que perdía un referente insoslayable de la vida política, que luego de haber sido derrocado por los militares en 1966 se fue a su casa en un auto particular y volvió a ejercer su profesión de médico.
Aunque no abandonó jamás la militancia política y siguió recorriendo el país, visitando y hablando a sus correligionarios y conciudadanos predicando el evangelio de la democracia .
Illia había sido un presidente ejemplar, honesto y proclive al diálogo y al respeto por las normas del Estado de derecho y la convivencia democrática además de un auténtico estadista.
Su gobierno impulsó un claro proceso de nacionalismo económico (anulación de contratos petroleros lesivos de la soberanía , Ley de Medicamentos), la defensa de los intereses de los sectores populares asalariados (Ley del Salario mínimo, vital y móvil, mayor participación en la distribución de la renta nacional), la mayor inversión presupuestaria en educación, ciencia y tecnología (25% del Presupuesto Nacional) y una política exterior de firme contenido antiimperialista, americanista y de autodeterminación de los pueblos. También logró el máximo éxito diplomático en la causa de las Islas Malvinas a través de la Resolución 2065 de la ONU.
Su desaparición física en la aurora de nuestra democracia contemporánea privó a la sociedad de su insoslayable referencia. Sin embargo, no nos impide reconocer el inmenso legado doctrinario de alta política que nos dejó el presidente Arturo Illia que debería ser ejemplo para cualquier gobernante en la actualidad.
Diego Barovero es historiador. Presidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano.