Nacido en el seno de una familia de origen relativamente humilde, ingresó a la tumultuosa vida política siguiendo a su tío Leandro Alem y fue abriéndose camino
inscribiéndose en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en 1874 finalizando sus estudios y graduándose como abogado en 1878, según consta en los libros registrales de esa casa de altos estudios. En aquellos años entre sus variadas lecturas Yrigoyen conoce la corriente filosófica krausista, inspirada por el alemán Carlos Cristian Federico Krause, muy difundida en Bélgica y los Países Bajos aunque a nuestro personaje le llega a través de la escuela española de los maestros Julián Sanz del Río y Francisco Giner de los Ríos que en la década de 1870/80 inspiró los ideales republicanos de la península. Se trataba de una corriente que postulaba el igualitarismo, rechazaba todo absolutismo y defendía la libertad del individuo. Ese ideario lo acompañaría toda su vida e inspiraría gran parte de su acción pública.
Fue nada menos que Domingo Faustino Sarmiento como Superintendente Nacional de Educación de la Capital quien designó a Hipólito Yrigoyen en 1879 como presidente del Consejo Escolar de Balvanera, el barrio donde nació y dio sus primeros pasos políticos. Conocedor de sus condiciones para la enseñanza el Maestro de América lo nombra el 20 de enero de 1881 como profesor de historia, filosofía e instrucción cívica en la Escuela Normal de Maestras N° 1. Su primera decisión antes de asumir las horas cátedra es renunciar a sus emolumentos para que fueran destinados por la dirección del establecimiento escolar a solventar la educación de alumnas sin recursos económicos.
Su desempeño como educador es contínuo –aunque simultáneo con su actividad como ganadero y dirigente político- y sólo resulta interrumpido en 1905 cuando fue exonerado de sus cátedras por el Poder Ejecutivo Nacional luego de organizar y dirigir la fallida y última revolución radical del 4 de febrero de 1905 que reclamaba por la vigencia de la Constitución, el derecho al sufragio de la ciudadanía y la moral administrativa.
De entre sus muchas alumnas vale tomar el testimonio de la doctora Alicia Moreau de
Justo “En aquella época la enseñanza estaba dividida en profesores especializados y el resto eran materias de menor nivel, que tan sólo adquirían importancia de acuerdo con las características del profesor que las tuviera a su cargo. Entre estos últimos se distinguía el profesor Hipólito Yrigoyen. Entre las chicas de dieciséis a dieciocho años tenía gran prestigio.
Era una personajón político. Añadido, además, el prestigio de su figura. Era un hombre alto, bien conformado, que entraba siempre en la clase llevando en su mano su sombrero “bombín” y su bastón. Los colocaba sobre el escritorio, que estaba en un extremo de la sala, envuelto en una atmósfera de respetuoso silencio…El tenía un gran prestigio extraescolar e intraescolar”.
Su alejamiento involuntario de la enseñanza a la que había dedicado un cuarto de siglo no pasaría desapercibido ni fue obstáculo para que muchos años después, en un aniversario de la creación de la magnífica Escuela Normal de Maestras N° 1 la doctora Sofía Suárez, profesora de filosofía, expresara: “en enero de 1881 el profesorado aumentó sus filas con un elemento prócer que durante muchos años intervino caballerescamente en los destinos de la escuela.
Fueron sus cátedras púlpito educador, desde donde infundió su abnegación ilimitada, su altruismo a toda prueba, su moralidad sin mácula. Viven todavía en el recuerdo de sus alumnas sus grandes y deliciosas obras, que por modestia hubiera querido borrar”. No lo nombró explícitamente, todo el auditorio supo que se refería al profesor doctor Hipólito Yrigoyen.
Por Diego Barovero